Desde que
pensamos en comida, nuestro organismo comienza a prepararse para la
digestión. Su visión y, sobre todo, sus olores estimulan los
sensores adecuados del cerebro que, a su vez, envía al sistema
digestivo señales que desencadenan la producción de saliva.
El proceso previo a la digestión hace
que sea de vital importancia dar a la comida su justo lugar en el
día: un momento sagrado, de placer, que permita anticiparse al sabor
de cada bocado, degustar con tranquilidad y masticar con calma los
alimentos que luego hemos de digerir.
En estado de alerta o en situación de
estrés, así como en la presencia de casi todas las emociones
intensas, el sistema nervioso simpático se excita, mientras que el
sistema parasimpático, que es el responsable de las funciones
involuntarias del proceso digestivo, sobre todo a nivel
gastrointestinal, se deprime. El resultado, entre otras cosas, es que
disminuyen los movimientos gastrointestinales y, por lo tanto, sedificulta la digestión. En el día a día necesitamos alcanzar
un estado de relajación antes de comer, que nos permita tener la
compleja máquina que es nuestro cuerpo a punto para una exitosa y
provechosa digestión. Y así llega la segunda gran lección de este
manual: Evite a toda costa comer apresuradamente o de forma distraída
frente al televisor o, peor aún pero no poco frecuente en nuestros
días, frente al ordenador.
¿Nunca ha perdido hasta las ganas de
comer por una gran emoción? Frente a una estimulación excesiva al
sistema simpático (ya sea por un profundo regocijo o por una
depresión, por el estrés diario o por el impacto de una imagen en
la TV) podemos perder el apetito por completo, olvidar la hora de
comer, sufrir una indigestión o, simplemente, digerir de forma más
lenta de lo habitual, con la sensación de pesadez que eso significa.
Ah, le advertimos desde ya: no crea que por saltarse una comida
va a perder peso. Para perder peso lo primero que hace falta es
adquirir hábitos buenos y sanos, y la regularidad es uno de ellos.
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